A semanas del balotaje armaron la versión de Carpa Abierta de la derecha. No nos extraña que la firma de Pola Olaixarac forme parte de la solicitada que publicaron hace unos días. Tempranamente, en el 2012 los pibes de Planta le sacaron la ficha.
Un juicio
sobre Pola Oloixarac (2012, Publicado en REVISTA PLANTA)
Análisis
de Las teorías salvajes en sus niveles estilístico, cultural y
político. La filosofía, el Zeitgeist y la agenda del progresismo.
Por
Damián Selci y Nicolás Vilela
1-
Mis Documentos
Aunque
muchos comentaristas coincidieron en que Las teorías salvajes (Entropía,
2008) es un libro "sádico", "revulsivo", "sin
miramientos en su crítica del ambiente cultural argentino", hay elementos
para pensar que, pese a todo, tiene un final feliz. En el último capítulo la
narradora se prepara para un encuentro con un profesor de la universidad,
Augusto García Roxler. Leemos entonces lo siguiente: "Tengo la tentación
de imprimirle la carpeta entera de 'Mis Documentos', mi compendio de
observaciones desde el comienzo de mis lecturas adultas, la totalidad de mis
intuiciones antropológicas, esbozos de las teorías nuevas sobre las que estoy
trabajando, mi sociológica historia de la perversidad. Pero no. Mejor
recapitular. Ordenar, enlazar, componer, volver a numerar". Durante toda
la novela García Roxler, docente universitario izquierdista, fue parodiado con
saña; sin embargo, en la última escena se convierte en alguien envidiable: al
parecer él, a diferencia de nosotros, se salvó de leer la novela entera de Pola
Oloixarac (1977). Final feliz, entonces: para García Roxler, no para el lector.
Considerando el carácter más bien inútil que marca desde el principio el
contenido de este libro, se puede pensar que Las teorías salvajes es la
impresión de la entera carpeta de "Mis Documentos" de una estudiante
de filosofía singularmente eufórica. Sin embargo, o quizá por eso mismo, Las
teorías salvajes se ganó un atisbo de novedad; esto puede ser notable o
incomprensible según se mire, y para muchos, directamente irrelevante; pero el
que todos los logros de Las teorías salvajes deban ser situados del lado
del ruido cósmico y la venta de humo no excluye, y más bien reclama, una
intervención crítica de tendencia humanista y quirúrgica. No hay que descartar
que los comentaristas, en su mayoría, hayan escuchado música celestial donde no
había más que un coro de bocinazos (no sería la primera vez) pero, en todo
caso, a los efectos de la comprensión intelectual se torna necesario hacer un
mínimo sobrevuelo por el enorme cúmulo de ideas que Oloixarac vertió en su novela
y en sus entrevistas. Hay un hecho sugestivo, y es el siguiente: la pátina de
"desparpajo", de "novela ambiciosa", de "libro
necesario" que Las teorías salvajes consiguió durante el verano
obstruye la percepción del carácter fundamentalmente regresivo del texto en
todos los niveles de su forma: en lo sintáctico, en lo cultural, en lo
político. Es lo que nos proponemos demostrar.
2-
"La sintaxis no miente"
Empecemos
con la "preocupación por el estilo" que Oloixarac manifestó en la
reciente charla en Eterna Cadencia organizada con motivo de la presentación de
la novela, y sumémosle a eso la cantidad de veces que aparece la palabra
"sintaxis" en el texto (¿doce veces? ¿veinte veces?). Abrimos Las
teorías salvajes y leemos la primera oración: "En los ritos de pasaje
practicados por las comunidades Orokaiva, Nueva Guinea, los niños que van a ser
iniciados, varones y niñas, son primero amenazados por adultos que se agazapan
tras los arbustos". Es una sorpresa, realmente. En términos estilísticos
parece un inicio poco prometedor: tres participios rimados
("practicados", "iniciados" y "amenazados"), un
criterio extraño para la aposición de los sustantivos ("niños" es
dividido, redundantemente, en "varones y niñas") y una aliteración de
tres vocales que salió indemne de la corrección (a-o-u: "adultos" y
"arbustos", las dos en el mismo período). Quizá no se pueda ser tan
exquisito; los comienzos siempre son difíciles. Pero al rato nos sentimos otra
vez desorientados. Descubrimos que casi no hay página que no contenga alguna
palabra en itálicas: "La filosofía es el playground de Satán";
"La culminación mezclaba las lágrimas y el semen, se sentía muy
terapéutico"; "la banda punkie Dos Minutos". Qué raro. Si
en la primera frase el recurso se justifica porque se trata de una palabra
extranjera, en la segunda... ¿por qué? ¿Y la tercera? ¿Qué es una banda punkie?
Difícil saberlo. Existen bandas punks en nuestro país por lo menos desde 1979
(Los Violadores), momento en que la autora tenía dos años. Sin embargo, no
parece que sea la falta de cultura joven lo que explique esta rareza de
Oloixarac: palabras tan cercanas como puff, blog, disc-jockey, que ya tienen
carta de ciudadanía por el uso, son sometidas al bastardilleo, como así también
legible, efecto, post, intervalo o cualquier otra... La revista Viva no se
atrevería, como Oloixarac, a ponerle cursivas a un campus universitario.
Sin dudas es una escritora con mucho desparpajo. Pero en fin, ¿qué son unas
cuantas itálicas desperdigadas por ahí? Nada. En cambio preocupan más las
repeticiones de estructuras ("Caminando a zancadas, esquivando mis juicios
lapidarios"), la imitación quizá voluntaria del lenguaje de traducción
("quitarle", "más de las veces"), el recurso permanente a
la prosa de monografía ("se sabe"), la abrumadora cantidad de
menciones a filósofos ("el primer Wittgenstein"), la construcción de
metáforas equidistantes respecto del posestructuralismo francés y la copia
novata del romanticismo ("en otros pozos de sentido, otras penínsulas de
rocas"), el procedimiento de "risa enlatada" (un personaje hace
una observación "picante" y la narradora, para ayudarnos, aclara que
otro se ríe), más aposiciones increíbles ("Porque lo que quiero decirte
-lo que aúllo por comunicarte-"), más itálicas, más nombres, más, más... ¿A
qué responde este sistema expresivo? ¿Inseguridad retórica? ¿Falta de
autoestima estilística, tal vez? Como hipótesis se puede sugerir que Oloixarac
no tiene mayor confianza en su prosa y que por eso apela al relleno, la
redundancia, la gigantografía. Rara vez deja tranquilos a los sustantivos;
prefiere hostigarlos con aposiciones, construcciones adjetivales, subrayados...
Hacia la página 141, cuando el lector ya percibió que la narradora no tiene un
buen concepto de la izquierda occidental, hay una escena donde un libro de
Trotsky queda tirado en el piso: parece suficiente demérito para el marxismo
soviético, pero a Oloixarac no le alcanza, y nos reasegura que lo que está ahí
es su "pobre, avejentada e inútil historia de la revolución rusa". Adjetivos,
adjetivos, adjetivos: todo tiene que ser remarcado en el estilo-pánico de
Oloixarac (1).
3-
Miguel Cané con polleras
Un
personaje "levanta una ceja despectiva", otro mira con "canónica
desconfianza", la narradora se refiere a un "tono de maestrita
bonaerense": hipálages, hipérboles y diminutivos son tres de los recursos
con los que la adjetivación se hace cargo de un único sentimiento: el desprecio
social. El balance del breve análisis precedente arroja un resultado claro: un
estilo dispuesto a perderse entre adjetivos desdeñosos, aposiciones
redundantes, bastardillas que fingen distancia en palabras que no la tienen,
etc., es un estilo con un afán de distinción cultural. Lo que importa a
la hora de escribir no es, parece, canalizar literariamente las ideas,
aspiraciones y temores de los contemporáneos, sino marcar con una cruz a los
ignorantes y parodiarlos sin tregua. ¿Quiénes son los ignorantes? Adelantemos
algo que vamos a retomar después: los ignorantes son los subeducados por
"la cultura progresista". ¿Quiénes son, entonces, los sobreeducados?
Aunque no parezca, es por medio de esta pregunta que puede entenderse aquella
extraña afirmación de Oloixarac durante la charla en Eterna Cadencia: el lector
ideal de Las teorías salvajes sería, según dijo, "una persona
profundamente humanista". Considerando la vocación peyorativa de Las
teorías salvajes, parece una tesis indescifrable, y sin embargo no lo es: el
nombre propio que aclararía la cuestión sería el de Miguel Cané, autoproclamado
humanista que con una mano escribía loas a los autores clásicos y con la otra
redactaba una Ley de Residencia para expulsar a los inmigrantes que quisieran
introducir ideas socialistas en la clase obrera argentina. Esta referencia no
tendría que sonar desmedida: después de estudiarlos un rato, tenemos la
sensación de que los "saberes" de la novela no buscan proporcionar
alguna información útil sino que funcionan como vectores de estratificación
social. El conocimiento aparece como una determinación acumulable que distingue
entre los que "saben" y los que no. Y los que saben son los que
leyeron, claro: ante todo, filosofía. Por esa razón, no resulta necesario que
el saber sea verdaderamente profundo, o sea, útil en algún sentido; a los
efectos de Oloixarac basta con mencionarlo. Todo sucede como si Platón,
Aristóteles, Descartes, Kant, Rousseau, Hobbes, Clausewitz, Wittgenstein y
Althusser pasaran, saludaran a la plebe y se metieran de nuevo en la hoja de
apuntes (2). Por
momentos Oloixarac entiende que tratar a los filósofos como se cantan los
números de la lotería puede ser insuficiente como prueba de sofisticación, y
entonces filosofa sobre: Borges, la cópula, el Aleph y los espejos; Platón, los
guerreros homosexuales que son tanto más guerreros cuanto más homosexuales;
Hobbes y el terror... Pero claro, no son temas inéditos, sino una doxa
desmayada. Oloixarac parece decirnos que es mejor evidenciar un saber
cualquiera antes que preguntarse qué hacer con él (por eso las bastardillas
enfatizan una palabra de cada cuatro: para generar apariencia de concepto). La
mímica argumentativa de su novela está hecha de notas al pie, citas en lengua
original, referencias bibliográficas, y no de algún contenido digno de
atención. Esto se vuelve particularmente claro en la charla en Eterna Cadencia,
donde Oloixarac acometió con un panegírico de la escritura "pura",
argumentativamente acérrima, de Spinoza: "¡Eso es escribir
historias!", aseguró. Pero si relacionamos esa frase con lo que pasa en Las
teorías salvajes queda claro que Oloixarac entiende a la literatura como un
recipiente donde emitir teorías que no podrían sostenerse ni un instante en los
géneros argumentativos convencionales, y a la filosofía como un barniz para
disimular el descascaramiento de su prosa literaria. Por cierto esto no
significa que Las teorías salvajes esté "entre" la filosofía y
la literatura, sino más bien que pretende estafar a una con la otra. Es,
podríamos decir, el triunfo de la parafernalia. Y la parafernalia tiene una
lógica implacable. Oloixarac no se priva de escribir su propia ontología; esto
le habrá demandado tiempo, seguramente, y es una pena porque nadie se lo
devolverá. De cualquier manera, podríamos pensar que sí existió una recompensa:
la simulación del pensamiento por parte de Oloixarac tuvo como contrapartida la
simulación de la sorpresa por parte de los reseñistas. Es posible (¿por qué
no?) que el simulacro haya sido tan bueno como para que los mismos actores se
lo creyeran. Pero, aunque hay que respetar las creencias privadas de las
personas, nuestros problemas son otros: a nivel cultural, la base del humanismo
conservador de Oloixarac es una absoluta tabula rasa de información práctica.
4-
Oloixarac y sus precursores
Nada compite en asco con el capitalismo escénico
desarrollado por las izquierdas para la comercialización de sus productos. Es
una forma de banalidad común a las sociologías triunfantes: el silogismo
práctico según el cual la verdad está necesariamente del lado de los
perseguidos y de los pobres, sólo porque halaga al ideal democrático en
vigencia y otra sarta de eufemismos que no pueden ser puestos en duda. Tener
una izquierda triunfante en el ámbito de la cultura tiene consecuencias peores
que simplemente malas películas. (Pola Oloixarac, Las teorías salvajes,
p. 188).
El pobrismo no es un mecanismo de dominación, es
una visión de la sociedad, una filosofía de vida, una versión del mundo. (...)
Pobrismo es hacer de la comunidad carenciada una comunidad virtuosa, del hombre
caído un personaje siempre más valioso y mejor que el hombre entero y capaz de
algo. (...) Pobrismo es, para un político, cortejar a la pobreza como a una
novia, siendo incapaz de generar otra estrategia de poder que la de reinar en
el vacío. (Alejandro Rozitchner, "Una visión pobrista",
http://www.bienvenidosami.com.ar/v2/articulos/2005_Noticias_UnaVisionPobrista.html).
El
impulso básico de Las teorías salvajes se podría resumir en la siguiente
fórmula: hay que terminar con la hegemonía de la izquierda progresista en el
campo cultural. No hay otra manera de entender la ideología del libro. Los
reseñistas han marcado el carácter "crítico, revulsivo" de Oloixarac;
lo que no dijeron es que todas las críticas que hace van por derecha. La novela
incluye una parodia de la pregnancia del marxismo en la universidad; una
parodia de la educación sexual en los colegios; una parodia del diario íntimo
de una militante maoísta; una parodia de un profesor de izquierda; una parodia
de otro profesor de izquierda; una parodia de las mujeres que se anotan en la
carrera de Psicología; una parodia del discurso de una psicoanalista lacaniana;
una parodia de una docente bonaerense que habla marcando las zetas; una parodia
del modo de vestir de los estudiantes de Puán; y otras parodias que omitimos
por cansancio. Por supuesto, decir que Oloixarac es una escritora de derecha
sería erróneo: no es escritora. La disyuntiva entre escribir legiblemente y
emitir una opinión desaforada contra cualquier cosa que parezca izquierdista
decanta, por sí sola, en la segunda opción. Si bien es probable que Michel
Houellebecq sea un referente para Oloixarac (como lo es, según declaró en
Eterna Cadencia, Peter Sloterdijk, un filósofo alemán muy parecido, en cuanto a
lo atrevido de su inanidad mental, al escritor francés), por razones de
locación Alejandro Rozitchner parece una referencia más apta. Y no solamente
porque tanto Oloixarac como Rozitchner usen la filosofía de un modo que no desentonaría
con la revista Brando, situándose entre una nota sobre la mejor manera de
invertir 30 mil dólares y la última producción fotográfica de Pampita Ardohain.
Los párrafos arriba citados muestran que además comparten un nietzscheanismo
glotón y arancelado. Pero Oloixarac es más joven o (todavía) más vehemente que
su colega; no solamente quiere ser de derecha, además quiere demostrar la
superioridad filosófica de la derecha. En esta instancia el libro alcanza un
súmum de risibilidad. En la página 87 podemos leer que el sentido de la palabra
"revolución" en Copérnico, designando los trayectos fijos de los
planetas, tenía un "sentido fuertemente conservador" que "sólo
se vio modificado posteriormente con el quilomberismo jacobino francés".
Nosotros, lectores modernos que apoyamos el proceso contra Luis XVI, nos
preguntamos: ¿y? Es triste, o inevitable, que Oloixarac se distraiga con
semejante bagayeo. Pero todo derechista tiene en algún momento que hacer un
excurso etimológico para refrenar el avance de la marea roja: Nietzsche buscó
en la Genealogía
de la moral la etimología de la palabra "bueno" para mostrar que
el término original no se predicaba de los pobres y toda la lacra social
judeocristiana, sino de los vikingos; Heidegger buscó la etimología del término
griego aletheia para probar que Occidente se había cerrado al Ser y
había caído entre las tenazas del americanismo y el sovietismo; Mariano
Grondona también es famoso por buscar etimologías, y a veces hasta por
encontrarlas. Para decirlo de una vez, Pola Oloixarac no es moderna. El recurso
a la etimología como piedra de toque de sus críticas a la tradición de
izquierda es una prueba clara de que, ante todos los fenómenos de la vida
social, Oloixarac mira para atrás. Su desprecio no es una comprensión del mundo
sino la secreción imparable de una melancolía agrietada, medieval. Con estas
premisas, será claro para el lector que cuando Oloixarac se abone a escribir
sobre la lucha de clases en la
Argentina de los 70 sólo podrá exhibir una desorientación máxima.
La novedad, en este punto, se limita a refritar dos veces la teoría de los dos
demonios (cf. el ¡otro! excurso etimológico sobre la palabra "bestia"
en la p. 193, y el videojuego Dirty War 1975 en la 213 y ss.)
5-
TN o el Zeitgeist
La
distancia que Oloixarac impone con el mundo humano, expresada en la sintaxis
aterrorizada, en las descripciones con mero afán despectivo, en los muñecos
inertes que hace pasar por personajes y en las escenas inverosímiles que monta
con la sola voluntad de escupir contra algún lugar común progresista, es
precisamente lo que le cierra el acceso a la comprensión del mundo en el que
vive. Por eso estamos en condiciones de afirmar que en Las teorías salvajes no
hay ideas sobre nuestra época. La entrevista en donde Oloixarac decía que lo
que le interesaba era aprehender el Zeitgeist nos había entusiasmado; la
novela que vino a testificarlo nos dejó un regusto a decepción. Por duro que
sea, hay que asumir que la promesa de entender el presente decae hacia la
perezosa ocurrencia de que el mundo de los jóvenes está hecho de drogas
sintéticas, fiestas, orgías, blogs y videojuegos violentos... ¿Realmente
Oloixarac cree en todo esto? Es una etnografía de noticiero, esquemática, que
sólo repite el nivel de credibilidad y espesor de los columnistas de TN,
siempre interesados en la sexualidad borrosa de los floggers y en "el
descontrol en Villa Gesell". Insignificancias, claro, históricamente
causantes del fastidio de generaciones de artistas e intelectuales, pero que no
disgustan a Oloixarac. Para abreviar, en lugar de un Zeitgeist novelado
encontramos delirio de novedad, populismo informativo y fanatismo derechista:
se dirá que son los riesgos de escribir con el televisor prendido, y es
posible; no hay muchas maneras de explicar el escandalizado interés por los
vendedores ambulantes de la facultad, ni el enfoque de suplemento informático
dominical con que la novela se acerca a "temas de actualidad" como
internet y los hackers; hasta hay una escena de "inseguridad" con unos
ladrones tan falsos que hacen pensar en la necesidad (literaria, claro) de que
Oloixarac sea asaltada más seguido. La mentalidad de movilero frívolo que
organiza la perceptiva de la novela explica, también, las escenas sexuales. Ya
sabemos que Oloixarac busca correr por derecha al progresismo en todas sus
líneas: por ende, en Las teorías salvajes está mal vista de educación
sexual en los colegios (cf. p. 38), pero bien vista una moral sexual
"perversa", que no tiene nada que ver con la de Sade o Lamborghini,
pero sí con el destape católico: los personajes no se pierden a sí mismos por
la vía de la violencia sexual, sino que, por el contrario, alardean un
descarrío tan falto de consecuencias que sólo puede ser la antesala de un
lógico matrimonio burgués. Es sabido que al poder eclesiástico no le molesta
que sus representantes abusen de algunos niños, pero le fastidia que el Estado
le dispute el monopolio discursivo sobre la sexualidad. Las teorías salvajes
comparte esta canónica desconfianza.
6-
De la autoestima a la autocrítica
Que
las reseñas y los comentarios hayan gustado de Las teorías salvajes por
su impronta "disidente" y "descarriada" no puede
asombrarnos, finalmente, "la literatura debe cuestionar", etc.; pero
queda abierta la pregunta acerca de si realmente sobra progresismo en este
país, es decir, si verdaderamente hay resto como para que los comentaristas del
libro de todo el arco cultural celebren las invectivas de la novela de
Oloixarac sin hacer mención a su carácter retardatario. Basta con hojear
cualquier diario con llegada para notar que las mínimas posiciones de izquierda
son todos los días desmentidas desde los títulos hasta el editorial y el chiste
de la contratapa. Dada la carencia de una agenda cultural progresista, lo que
encontramos en Las teorías salvajes es consenso periodístico de derecha,
más que incorrección intelectual. Claro que un autor ideológicamente
conservador podría tener otros méritos (Céline, León Bloy o quien sea): pero
creemos haber demostrado que Las teorías salvajes no muestra nada interesante
en ninguno de sus niveles. La defensa del texto, por lo tanto, es imposible de
hacer, salvo desde la derecha (3). Los
comentaristas, apelando a la construcción adjetival "hija descarriada de
Puán", han pretendido que Oloixarac de alguna manera compartía con ellos
un éter común, el universitario, y entendieron que todas sus críticas eran, por
así decir, "internas". En este punto se impone un desagravio general
de la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA :
ciertamente no se la puede responsabilizar de haber engendrado a Las teorías
salvajes. La relación de Oloixarac con la academia es narrativa y
argumentativamente tan anodina como con el resto de los temas. Hasta aquí, la
única evidencia es que Las teorías salvajes no sirve para pensar.
Tampoco para escribir: no contiene una sola idea literaria válida (¿parodiar
profesores universitarios es el destino de la narrativa?) y su uso de la
hipotaxis tiene resultados espectrales. Su desparpajo derechista no nos convoca
como lectores, no le da expresión a las cosas que pensamos y encarna, en
diversos niveles, el fin de la inteligencia a manos de la pereza, el amague y
la vanidad. Es una novela sin amor. Con todo, el censo final sugiere la posibilidad
de un acontecimiento estremecedor: una retractación pública por parte de
Oloixarac. A sala llena, con brindis festivo y empanadas: ideal para el
comienzo del otoño. ¿No sería estimulante?
(3)
Por eso resulta raro que Oloixarac haya participado en la Mesa Redonda
del Día de la Mujer
celebrada el pasado 11 de marzo en el Centro Cultural "Paco Urondo"
(sito en la Facultad
de Filosofía y Letras de la UBA )
con una ponencia sobre "La belleza y la guerra en Las teorías salvajes".
Raro porque, teniendo en cuenta la manera en que las mujeres aparecen
representadas, se diría que la suya es una novela falocéntrica.
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