miércoles, 30 de diciembre de 2015

“La capacidad de engaño y de ilusión aumentó muchísimo”

Comparto esta entrevista a Marcelo Cohen, publicada en página 12. el VIERNES, 18 DE DICIEMBRE DE 2015
“Cada vez más gente no esconde su idea de que el mundo está más idiotizado”, dice el escritor, que en su libro pone en foco las formas de resistencia en pequeñas comunidades artísticas y los dilemas políticos que implica vivir intentando ser independientes.
por Silvina Friera
La furia y la indignación conducen al levantamiento de toda la población media de Isla Kump del Delta Panorámico, ese mundo fantástico hilvanado por la imaginación desaforada de Marcelo Cohen. Después de veinte años de prosperidad, los exasperados se rebelan sin experiencia. Dos jóvenes se cruzan en medio de la revuelta para plantarse y resistir, conscientes de que con la insatisfacción y la agitación no alcanza. Gaco tiene una piedra en la mano; Tamastú, una pata de escritorio. “Los humanos vivimos en una réplica de la realidad, dijo Tamastú; cada palabra que usamos, cada nombre que le damos a una cosa, es un ladrillo más del sótano mental en que vivimos. Para liberarse hay que abrir los sentidos del mundo, dijo Gaco. Pensando a dúo se les calentaba el pensamiento; las ideas se acoplaban y, después de un chirrido, daban a la luz ideas nuevas a un ritmo placenteramente veloz”, se lee en Algo más (Páprika), una extraordinaria novela de Cohen que pone en foco las formas de resistencia en pequeñas comunidades artísticas o en el campo y los dilemas políticos que implica vivir intentando ser independientes.
“Desde Los Acuáticos no salí del Delta Panorámico, salvo en un espacio más cercano a nuestro mundo que fue en Impureza. Los demás libros transcurren en una isla, incluso Donde yo no estaba”, cuenta Cohen desde el primer piso del bar que suele frecuentar en la esquina de Echeverría y Freire. “Mi otro yo vive ahí y me permite hacer muchas cosas distintas. No es un mundo que tiene un asidero real, es un objeto puramente literario, concebido con la idea de que la literatura es el único contacto auténtico con lo real. Se supone que el Delta Panorámico es un receptáculo adonde van a parar percepciones, vivencias y deseos de jugar y de problematizar. La imaginación va creando su propia enciclopedia, voy juntando notas para que la incoherencia no llegue a ser ofensiva. En cada libro aparecen palabras nuevas, pero hay un vocabulario que se acumula con los nombres de las cosas y cómo habla la gente. Y van apareciendo algunos datos históricos, económicos y voy incorporando lo que trae la experiencia y las lecturas. Por eso vuelvo una y otra vez. Casi naturalmente me pasa lo que me ha pasado siempre y es que argumento, personajes y paisaje surgen todos juntos. En cuanto empiezo a escribir o tomar notas para la historia, la isla aparece. Esto es una pequeña metafísica técnica, no tiene más importancia que eso. Lo que importa es el resultado de la novela en sí”, plantea el escritor en la entrevista con Página/12.
–“El único cambio de tema es un cambio radical”, afirma uno de los personajes de la novela. ¿El gran tema de Algo más es el cambio político?
–No lo pensé así, pero es muy justo lo que dice porque la palabra cambio está muy usada en el libro. En este momento la palabra está tan en el candelero, no solamente por el uso político, por Cambiemos, por la contingencia y la cháchara de los políticos, sino también por la intervención de politólogos que tratan de aclarar de qué se trata, por el parloteo inacabable de la prensa televisiva; entonces uno se resiste a usarla. Pero es cierto que es uno de los problemas que está en la novela. El asunto del libro es qué se puede hacer para que la mayor cantidad de gente posible no siga sufriendo, viviendo en una irrealidad en la cual depositan confianzas, deseos y decisiones que la mayoría de las veces los perjudican. Cómo no equivocarse, cómo mirar lo que pasa tratando de sacar conclusiones que permitan hacerlo de una manera lo menos pasible de ser un error en ese tren de armar, proteger, conservar, mantener lugares, espacios, donde las normas no sean las que imponen la política. Que funcionen por otras reglas que se elaboran, se acuerdan, se cumplen, se respetan y por consenso general pueden ser cambiadas dentro de ese espacio cuando ya no sirven para que esa gente viva junta. En este momento una de las cosas que más triste me pone es que voté siempre al kirchnerismo, apoyé el proceso de innovaciones, me alegré como nunca en mi vida de vivir un clima en donde había interés por la conversación política, incluidas las discusiones y los enfrentamientos con los amigos. En cierto momento empecé a ver cosas que me parecía que nos conducían a la derrota. Ese fue mi descontento: “Ojo, esto ya lo hicimos y salió mal”, “ojo, esto me lo hicieron hacer y me perjudicó”, además escuchen a los que los acompañan y presten atención. En esta situación de retroceso conservador que a mucha gente de generaciones más jóvenes las pone profundamente triste, lo que me pone más triste es la sensación de repetición, el retorno eterno de lo mismo: ahora viene la hora en que los consorcios, los monopolios, los poderes fácticos, se llevan toda la plata que ellos pueden, arman la sociedad como a ellos les parece que tiene que ser; eso crea mucho conflicto, primero hay cansancio, después hay ridiculización, pequeñas modernizaciones –según la derecha conservadora y el poder burgués mundial–, después viene el descontento, la rabia, tal vez venga la represión, tal vez no; tal vez la sublevación, una nueva racha de apoliticismo. Todo esto está en la novela: la repetición, cómo separarse de la repetición de manera de hacer algo que contenga mutaciones, pero no las de la inercia sistemática. Se pueden hacer espacios de anarquismo solidario, pero cuesta trabajo. Como los personajes están sometidos al desgaste interno, a las decepciones externas, a los ataques, el trabajo no se termina nunca. Trabajar cansa, como el título del libro de Cesare Pavese. Los muchachos de la novela terminan cansados, pero al mismo tiempo han hecho un montón de cosas porque en el camino han entendido que la cosa no es solamente por ellos. Les gusta ensamblar comunidad, les gusta trabajar con la materia y con el espíritu, por decirlo de alguna manera; son ridículamente insaciables. Tienen una desesperación por la sinceridad.
–O por la verdad, ¿no? Tamastú dice que “la verdad sólo existe si aguanta el contraste con su antítesis”. Gaco agrega que “hay que enfrentar una idea con la idea opuesta”; “se necesita una captura del pensamiento por algo que rompa con la siesta del pensamiento”.
–A ellos lo que más les importa es no dormirse. Son a su manera, aunque esto no lo digan nunca, cultores y creyentes de la impermanencia. Entonces tratan de acomodarse y como nada es permanente tienen que encontrar modos de verdades al mismo tiempo pasajeras. Eso que ellos dicen viene de otras fuentes porque se la pasan leyendo y estudiando. ¿Qué es lo que pasó acá? Como la mayoría de las cosas que escribo nacen de mascullar lo que estoy percibiendo. Yo soy más de la escritura y del sonido que de las imágenes. Más bien que me gusta el cine y veo todas las artes visuales que puedo, pero me doy cuenta de que mi pensamiento funciona por la percepción inmediata y después por el sonido y la escritura. Todo aparece dicho en la mente como subtitulado, no lo puedo evitar.
–Ahí trabajan escritor y traductor juntos, ¿no?
–Seguramente, debe ser deformación profesional, tantas horas de mi vida mirando solamente letras... En cuanto pasa un tiempo todo ese yacimiento de literatura que uno tiene empieza a salir y uno se da cuenta de que en realidad está nadando sobre aguas muy profundas y caudalosas.
–¿De qué se da cuenta?
–En la mitad de este libro me dije: “Cohen, admití que estos dos muchachos, que ya sabía que iban a pasar toda la vida juntos con sus familias, se iban a volver inseparables y complementarios”; son, como decía Fernando Pessoa de un amigo suyo, “dos cuerpos en una sola alma”. Ese modo de dialogar que tienen, que es más de réplica que de respuesta, es de la gran familia de las parejas complementarias de la literatura. Eso pasa con Bouvard y Pécuchet... No quiero hablar mucho porque no me gusta lo que pasa últimamente; los escritores nos hemos acostumbrado a dar fórmulas de cómo deben ser leídos los libros. Pero tampoco puedo esconderlo: esto es Mason y Nixon (Thomas Pynchon), Bouvard y Pécuchet (Gustave Flaubert), Mercier y Camier (Samuel Beckett), incluso Vladimiro y Estragon (Beckett). Los personajes de mi novela tienen hormigas en el culo.
–Los personajes beckettianos son demasiado desesperados; en cambio, Tamastú y Gaco lo que tienen es ansiedad.
–Sí, ellos son unos ansiosos que buscan la calma, un lugar donde poder acomodarse y siempre hay algo que se los impide: su propia inquietud, su propio deseo, una imaginación calenturienta y el sistema que los acosa y no los deja en paz. Pero también la vida, que trae hijos, nuevas relaciones y los incidentes con las instituciones. Los castigan y tienen problemas reales.
–Hay preguntas acuciantes que se hacen sobre si un artista tiene que estar incómodo en el mundo, insatisfecho; una pregunta que los artistas no han dejado de hacerse con mayor o menor intensidad, ¿no?
–Sí, sin duda. No sólo esa pregunta. ¿Puedo hacer arte, algo que tiene alguna capacidad de irradiación de comportamientos, alguna capacidad de producir por intermedio del receptor transformaciones? Ellos nunca obtienen una respuesta. ¿Vale la pena tanto esfuerzo? Sí, porque todo lo que puede producir alguna transformación real se puede hacer de dos maneras: desde un violento timonazo de las cúpulas, con la capacidad de influencia o de manipulación que tenga cada cúpula, o desde un inacabable y lentísimo proceso de ampliación de la conciencia y de captación de la realidad personal, una permeabilización infinitamente lenta de la capacidad sensible e inteligible. Cada vez más gente no esconde su idea de que el mundo está más idiotizado. Creo que las masas son muy lábiles, que la capacidad de engaño y de ilusión ha aumentado muchísimo, no sé cuánto en relación con la capacidad de engaño que tenía el catolicismo en la Edad Media, que penetraba directamente en el cuerpo y en el alma, con una gran capacidad de coacción. Ahora vino la tele, están los dispositivos y uno ve que la gente está realmente capturada, que la percepción ha disminuido; por eso Jacques Ranciére dice que el arte produce una redistribución de lo sensible y de las percepciones. Los personajes de mi libro se plantean continuamente qué es lo mejor que pueden hacer, que es lo que además les puede permitir subsistir sin traicionar sus ideas, no entrando en el batifondo rebelde que no sabe para qué se rebela, porque así empieza la novela. En un momento creen que la manera de producir transformaciones es mediante la canción y se hacen músicos. Después mediante el cine, pero se dan cuenta de que no sirve y se van al campo y crean una comunidad e inventan un cereal nuevo. Y después vuelven al arte, en un momento en que el arte se ha puesto de moda, incluso es alentado y subvencionado desde el Estado. El mercado del arte ha convertido la experiencia artística en una balumba. Basta ir a cualquier inauguración para darse cuenta de que en ese medio uno no puede tener una experiencia real de la obra que está viendo. El dinero genera problemas, aunque sea a la manera de rechazo, porque uno tampoco puede vivir en situación de rechazo permanente con algo que es tan inmediato. Los personajes se toman todo demasiado en serio. Esto no significa escribir un libro, sino sangrar por la propia herida (risas). Me he pasado la vida haciendo cosas que no sé para qué sirvieron, pero tampoco pude parar.
–¿Por qué los personajes tienen cierta empatía con el anarquismo?
–Hay una aversión por el Estado, desconfianza constante por sus variables formas de control y de consolación. De hecho, a uno le dan una miserable subvención, no me acuerdo para qué, y en el grupo discuten si aceptar o no. Y algunos quieren y otros no. La pregunta que me haría es cómo vivir juntos; de hecho es una de las preguntas esenciales de la literatura. Hay un anarquismo de guerra contra el Estado, hay anarcosindicalismo que tiene una historia esplendorosa sobre todo en Francia con Víctor Serge, uno de los escritores más raros de la historia de la literatura porque ninguna literatura nacional lo adopta. La literatura rusa no se apropia de Víctor Serge, la francesa tampoco, la alemana , la mexicana tampoco; es un escritor apátrida. Se hizo bolchevique, después rompió con los bolcheviques y escribió esos libros maravillosos como El affaire Tuláyev, un escritor político de estética joyceana, una cosa muy rara. Serge fue anarcosindicalista y mi conocimiento del anarcosindicalismo viene de la lectura de las memorias de él; era un sindicalismo muy violento cuyo objetivo principal era la apropiación y la gestión de las fábricas. Después está el anarquismo tirabombas de Severino Di Giovanni de lucha frontal contra el Estado. Pero hay una corriente de ilustración y de solidaridad y de creación de comunidades en el anarquismo, desesperanzado, desinteresado y divorciado tanto de las prebendas como de las represiones del Estado. No está mal tener una hilacha de tradiciones en la cual apoyarse.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Paso al frente

Comparto una crónica sobre la escuela pública bonaerense que escribió el compañero poeta y docente Gabriel Cortiñas, para la Revista Inrockuptibles de diciembre:

"Paso al frente"
En un aula despintada quince chicos leen un cuento de dos carillas sobre la Guerra de Malvinas. Estamos a fines de abril. Es recién la octava clase que este curso de segundo tiene de Prácticas del Lenguaje en lo que va del año. El profesor, a cargo de la materia desde hace pocos días, camina entre los bancos, no se sienta nunca. Abre la puerta para que corra el aire. La escuela, una secundaria de Munro, está tranquila; hoy por suerte no se escuchan los gritos de la secretaria. En ese clima de trabajo que el docente disfruta no sin cierto orgullo se escucha el gas de una coca de seiscientos que se abre y acto seguido un paquete de papas fritas. Es Leonardo Barrientos, que con diecisiete años es uno de los más grandes del curso. Morocho de ojos verdes con piercing en la ceja, flaco pura fibra. “Ey, profe, usté es re manija, no se queda quieto.” El docente sonríe, asiente con la cabeza, y se acerca: “¿Viste? Sí, no me puedo quedar sentado, tengo ese problemita.” Y enseguida le hace ver al alumno lo mucho que debe gastar en el kiosko cada día. “Al mes es un montón, Leo”. “¿Y? ¿Cuál hay? Para eso trabajo, profe.” Lo dice orgulloso. Él tiene su plata; ayuda al padre en la construcción y gasta, porque puede gastar. “Ya fue, hice hasta el punto 5, lo demás se lo debo.” “Dale, che, te queda la mejor parte: escribir vos otra historia. Aunque sea de media carilla”, insiste el profesor. Pero enseguida tiene que alejarse; Macarena terminó y lo está llamando. Ella tiene 13 y es la más predispuesta a trabajar, le gusta que le corrija en el momento; es una de las pocas que lleva cartuchera. Surge la charla entre los chicos, de forma natural, y el docente se sienta en el escritorio. Quedan un par aún concentrados escribiendo. Entonces empieza a corregir mientras tanto algunos trabajos, los demás quedarán para su casa. 
De Malvinas poco y nada. Nico pregunta por la guerra y que qué carajo tiene que ver con el cuento. Nico se la pasa puteando y es muy ansioso, hace juego con el docente. Tiene letra extremadamente prolija, todo el tiempo dibuja bicicletas “planchadas”, de esas que parecen motos choperas. Usa visera como varios de sus compañeros, se hace respetar. “Es que la pendeja a la mascota le había puesto Malvina porque en ese momento era la guerra, boludo…” El que habla es Maty Ferraro. El docente no interviene porque es un compañero el que está explicando. Pero cuando termina, retoma lo dicho y pregunta, se da cuenta de que la mayoría desconoce el contexto histórico de la guerra. Habla un poco sobre el tema, están atentos. Hoy es un día suave, parece otro curso. 
Suena el timbre pero algunos se quedan adentro escuchando música, otros graban su nombre con liquid en el banco. Nico se llama Nicolás Saldías pero está todo el curso y su carpeta tapizada con “Nico Flow”. En menos de diez minutos ese profesor habrá salido de la escuela con la mitad de las hojas para corregir, con ideas para reformular la próxima clase, con el cuerpo cansado; pero motivado. Lo sepan o no, los pibes que hacía un mes le habían dicho que “no servían para escribir” estuvieron haciendo literatura.

La primera clase
“¿De qué habla el poema? ¿Por qué el poeta eligió un árbol como objeto?”, dice el docente en voz alta mientras algunos miran con cara de fastidio, otros están echados sobre el banco, uno no para de escribir en su celular y, en el fondo, Luciano habla en voz alta con un compañero como si estuvieran negándole la existencia un tipo de treinta, que viste camisa a cuadros y pantalón de vestir. Se para la clase. Veinte minutos antes la secretaria de este colegio de Munro lo había presentado como “el nuevo profesor de Prácticas del Lenguaje” que tendrían hasta fin de año. Los chicos lo medían en silencio; él –que creyó simular– también los medía. Dieciséis chicos de entre 13 y 17 años, la mayoría con ropa deportiva, visera y piercing simulando un lunar. Eran las dos de la tarde y el sol entraba de lleno. Las paredes del aula, como los bancos, son un palimpsesto de firmas que iban desde “Nico Flow”, “Seba la chupa”, “Tense aguanta Chaca corre”, hasta “Yami te amo”. Después de una breve presentación sobre lo que trabajarían durante el año, y todo lo que pensaba hacerlos escribir hizo hincapié en el “no uso del celular en clase”. Les repartió un poema de Gelman y lo leyó en voz alta. Varios se rieron pero no le importó. Tenía una batería de actividades con él, había imaginado que surgiría un debate acerca de la política y en su mente imaginó que saldría de ese curso habiendo propiciado un ágora escolar. Todo cerraba perfecto. 
Pero nada de eso pasaba. Cuando les repartió el poema, todos bufaron. Algunos le advirtieron que no lo intentara. ¿Cómo? Sí, que no intentara hacerlos leer, que media carilla era mucho; y que todo eso que les había dicho que harían: “Ni lo sueñe, profe, usté está loco”. Habían pasado veinte minutos y excepto Macarena, ninguno le estaba prestando atención y cada vez eran más los que miraban su celular, o hablaban entre sí. Macarena preguntó algo acerca de la memoria y lo quiso relacionar pero fue imposible escucharla. Entonces estalló y paró la clase, clase que en realidad nunca había comenzado. Insistió en el respeto y en escuchar al otro. Pero todos piensan, y no sin razón, ¿vos quién sos?, ¿sabés cuántos como vos pasaron por acá? Lo supo después, ese día no lo pudo ver: ellos estaban ahí esperando que él no los traicione como tantos otros

Persuasión y coerción
Unas semanas después están todos leyendo un cuento de una carilla que les acaba de repartir; es un autor que a él no le gusta pero pensó que a ellos los podía convocar. Todos leen menos uno: Luciano. Al principio se resistieron un poco pero cada vez menos. En el primer taller de escritura que propuso la mayoría escribió cinco renglones, le pareció un fracaso. “Es así, olvidate del programa, esa escuela es un caos, yo trabajé. El director no está nunca y los pibes son un bardo,” le dice un amigo que le lleva varios años de ventaja al frente de cursos. Después de ese primer día hubo que replantear todo, poner todo en duda menos algo: la finalidad de que él estuviera ahí. Primero se sorprendió de que la autoridad máxima en ese colegio fuera la secretaria, porque tanto el director como su vice eran un fantasma. Después se deprimió cuando comprobó lo poco que habían hecho el año anterior; y lo que era peor, que de marzo a fin de abril, cuando él tomó las horas, no habían tenido reemplazo. 
Otro colega, no sin cierta ironía, le había dicho “Bienvenido a la escuela pública de provincia, acá hacé lo que puedas pero no te desangres, no vale la pena”. En ese momento tuvo un deseo muy fuerte: que la Secretaria de Educación que le había “otorgado” ese curso, pudiera sacarle la licencia de por vida a ese sujeto que se hacía llamar colega. Después respiró hondo, y recordó el verso de un poeta argentino: negociar todo por lo innegociable*. ¿Cuál era el propósito de que él estuviera ahí y no en otro curso de escuela privada? Que los alumnos puedan avanzar un paso en su lectocomprensión, pensó; contribuir a mejorar su trayectoria escolar. Nada más simple y complejo que eso. 
“No te das cuenta que este te come la cabeza para que labures,” le dice Luciano, empeñado en llevar la bandera del bardo, a un compañero unos días más tarde. Y tiene razón; la persuasión había funcionado, en parte. Con el correr de los días se había instalado cierta dinámica de trabajo: lectura, análisis y escritura. Cada clase como una unidad, por si uno falta que pueda sumarse y no quede colgado. “Dale, dejate de joder y dame bola”, le insistía al compañero ya a los gritos. Hasta que fue demasiado el quilombo que estaba haciendo. Nada de eso hubiera pasado en la escuela privada o en su antigua escuela secundaria, un colegio municipal clasemediero con la gobernabilidad garantizada. No tenía herramientas o experiencias propias que lo pudieran ayudar. Ninguna herramienta le habían dado en las dos magras materias pedagógicas que había cursado en Puán. Los profesorados provinciales tampoco eran la solución: siguen viendo al análisis sintáctico como algo fundamental para la formación cívica de los adolescentes. Y ahí estaba Luciano tomándole prueba a este recién entrado. ¿Qué hacer? Fue en ese instante cuando se escuchó decir: “Cortala, no te das cuenta de que quieren leer, si no la cortás te hago un acta”, tibia nieta de la otrora amonestación. “¡¿Que qué?!” 
Eso, le dijeron después, era un recurso que en esa escuela no se utilizaba por cierto miedo, “para evitar problemas…”. Se lo dijo la secretaria mientras él firmaba. Cuando volvió al aula Luciano había hecho una carta en la que decía que el docente lo había insultado: él también podía hacer actas. Era el más grande de la clase y ostentaba cierto rol de liderazgo. Mientras el docente pedía que los chicos leyeran uno a uno lo que habían escrito simulando que no le hacía mella, Luciano pasaba banco por banco pidiendo insistentemente que firmaran, mientras soltaba por lo bajo que conocía a la barra de Colegiales. Firmaron seis. “¿Qué querías que hicieran?” le dijo después su amigo docente más experimentado. “Si el pibe es el más grande, son ellos los que después comparten el recreo, ponete contento que más de la mitad le dijo que no. Apenas te conocen, algo bien habrás hecho en estas tres semanas. Además, relajate, no pasa nada.” Y así fue: no pasó nada.

Las condiciones materiales
Están en la "biblioteca"; es la mitad de una sala compartida con secretaría, sin paredes que la dividan. Están viendo una película ambientada en Bolivia durante la Guerra del agua (2003) que habla a su vez sobre La Conquista, de ayer, de hoy y de las resistencias. La película se mezcla con la charla de las secretarias y algún comentario que hacen los chicos. La concentración no es fácil y nuestro docente lo sabe. No son las mejores condiciones, no hay "clima de película". Y piensa en cuáles serían las condiciones óptimas para un aprendizaje, pero llega a una rápida conclusión: no existen. Se tiene que trabajar con lo que hay. Es la primera vez que salen del curso, el docente tiene cierta incertidumbre respecto de cómo se portarán "afuera". Una semana antes había sido plebiscitado su cargo a manos de Luciano. Pero ahora se enganchan y le otorgan a él cierta legitimidad, que recibe como una palmada, inesperada, en el hombro: “Profe, con usted se portan bien,” le dirá la bibliotecaria cuando termine la película y todos se hayan ido al recreo. 
Al guardar el DVD se pone a investigar la biblioteca, que rebalsa de libros nuevos, todos con el sello del Ministerio de Educación de la Nación. Y se acuerda de la biblioteca desnutrida de su secundario, a la que había que explorar mucho para poder sacarle algún libro que valiera la pena. Ahí, en una escuela disfuncional y semi desmantelada de Munro, estaban todas las obras completas que le hubiera gustado tener a disposición en los noventa. En esa escuela sin directivos, sin proyecto y sin sentido de pertenencia por parte del cuerpo docente, los sábados funcionaba un Centro de Actividades Juveniles, con talleres de arte, deporte, educación ambiental, ciencia y comunicación. Todo gratis financiado por el Estado Nacional, en su mayoría en escuelas de “población vulnerable”, para intensificar aprendizajes y ampliar la propuesta educativa. ¿Quiénes eran los que daban esos talleres? ¿Hubiera podido modular con alguno? ¿Por qué nadie le había comentado de esa inciativa? 
Son las tres de la tarde, baja las escaleras y sale caminando. Está relajado, hoy siente que se pudo trabajar, que los pibes pudieron aprovechar un espacio para hacerse alguna pregunta y ejercitar la escritura. Recuerda la frase de Freire: que no hay nada mejor que una pedagogía que propicie preguntas más que respuestas, que la pregunta es la madre del empoderamiento, y blablablá. Entonces, ¿cómo hace el Estado para saber si un docente tiene las herramientas para trabajar con un grupo de chicos reales y no “los que imagina que deberían ser” o en caso de no tenerlas si las intentará construir o dirá a la primera de cambio “no se puede”? ¿Quién evalúa? Hay que decirlo: es un error haberle regalado el concepto de evaluación al neoliberalismo. Habría que poder evaluar si un docente tiene o no la voluntad de trabajar con y por los jóvenes, y si considera que pueden aprender. Claro, tenés que bancarte un paro de dos meses para reformar la carrera docente Y eso, ¿qué ministro, qué gobierno se lo banca?

Mesa de examen
En diciembre le toca compartir la mesa de exámen con otros dos cursos. Del suyo se la llevaron 4 y se presentaron 2. Reparte una copia del examen que tiene dos carillas y se sienta. La profesora de tercero tiene su misma edad. Llega tarde, apurada y copia 4 preguntas en el pizarrón: “¿De qué trata el cuento x? ¿Cuáles son los personajes principales? ¿Qué tipo de narrador tiene? Y ¿Qué tipo de cuento es?” Cuando termina dice “chicos copien el examen”. Los profesores están sentados sin saber de qué hablar. Hace calor y el ventilador hace lo que puede. Nuestro docente pretende ponerse a leer pero la de tercero le pide una copia del examen “para mirarlo”. Ah, no… ¿vos sos nuevo acá no? Le dice con el tono de quien te está haciendo un gran favor porque derrocha sabiduría: “Esto es muy difícil para ellos. Acá tenés que dar cosas más fáciles.” Nuestro docente vuelve a perder la paciencia como si un millón de pibes con su celular encendido hubieran entrado en malón al curso para dejarlo ciego por última vez, o mejor, iluminarlo: “Mirá, no sé de qué dificultad me hablás porque en segundo eran 16 y se la llevaron 4. Y les tomo lo mismo que vimos durante el año, o sea que si doce compañeros de ese curso pudieron resolver…” Pero se da cuenta de que está hablando demasiado fuerte, y la “colega” lo mira como quien escucha hablar en ruso. 
Algo que le contaron: después de la crisis de 2001 se realiza el Operativo Nacional de Evaluación y obviamente dio muy mal. Sin sorpresas, los resultados más bajos se dieron en escuelas de población vulnerable y viceversa. Hasta ahí nada nuevo, pero se detectaron 15 escuelas repartidas en todo el país que se corrían de esa norma esperable. Habían obtenido resultados altos, a pesar de ser parte del sector más castigado. Un equipo del ministerio las fue a visitar, una semana entrevistando a la comunidad educativa de cada una. Al cruzar la información no surgió nada distintivo. ¿Cómo podía ser que una escuela del Conurbano hubiera sacado unas de las notas más altas y otra a dos cuadras, con la misma población, los mismos sueldos, los mismos recursos materiales, notas muy bajas? Lo único que tenían en común estas 15 escuelas entre sí, lo único que las diferenciaban, era un aspecto cualitativo: la comunidad educativa estaba convencida de que los jóvenes iban ahí para aprender, de que podían aprender. 
Dos horas más tarde sale del colegio por última vez en el año. Su mente es una máquina de rumiar: el Estado debería poder detectar si un docente desconoce su rol político en el aula, o si es racista, ¿pero cómo? Desde el año 2006 la educación es un derecho y eso compone un cambio de paradigma. Pero de hecho, hay aún un sector no menor del cuerpo docente que entiende que la inclusión se opone a la calidad. Un docente es un funcionario público y su función no es neutra; exige una toma de posición. “No puedo ser profesor en favor de quienquiera y en favor de no importa qué.” Recuerda esa frase de Freire y piensa: debería estar grabado con cincel en cada escuela del país.

*Dulce cabroncito, impío vástago
por si debe sértelo dicho otra vez
acá queda dicho otra vez lo que debe
serte dicho una y otra vez: negociación
para un fin no negociable, negociar
todo por lo innegociable. Inflígete
esta consigna en la carne, grábatela
en la frente con una púa de tocadiscos
calzate otra vez las botas y regresá
a la estrella de la que viniste.

(Martín Gambarotta)

martes, 1 de diciembre de 2015

CUANDO LOS SATÉLITES NO ALCANCEN

Después del resultado adverso del balotaje, les dejo una reflexión sobre el futuro del kirchnerismo, de mi compañero y amigo Tomas López Mateo.

Pasó una semana desde que sabemos que el próximo presidente será MM. El resultado de las elecciones, por marginal que fuere, es innegable: los argentinos hemos decido democráticamente darnos un gobierno de derecha. Gobierno que sabemos que no vacilará en privilegiar los intereses de aquel “círculo rojo”, eufemismo para los representantes de las grandes corporaciones y de los poderes concentrados.
Tiempo de autocríticas para aquellos que pertenecemos al campo Nacional y Popular, para aquellos que militamos activamente, para aquellos que nos sentimos interpelados por el proyecto político y modelo de país que comenzó en aquel 2003. Sin caer en luchas intestinas ni criticas despiadadas por un mero resultado electoral, pero sin obviar una revisión de los errores y excesos cometidos durante estos últimos años, la autocrítica se hace indispensable si queremos volver a ganar la confianza de la mayoría de la ciudadanía. Todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad en esta derrota. El paso atrás que dimos es culpa de todos, pero de acuerdo al tamaño de responsabilidad política que tiene cada uno. No lo olvidemos.
¿Momento para “resistir con aguante”? Quizá. Pero más que nada es momento para organizarse, reagruparse y no quedarnos solos o atemorizados por lo que vendrá. Momento para salir nuevamente a las calles, a las fábricas, a los comercios, a las escuelas, a las oficinas, a las universidades, adonde sea que se tenga que dar la discusión, adonde sea que haya alguna persona que no nos acompañó el domingo pasado, pero que será igualmente perjudicada por las medidas económicas del futuro gobierno macrista.
Se trata de la batalla cultural después de todo, esa que creíamos estar ganándole al neoliberalismo. Los AHORA 12 no contribuyeron a nuestro favor en esto. El consumismo no puede ni debe ser un valor en sí mismo para cualquier proyecto político progresista. Sostener la demanda efectiva en momento de crisis constituye el ABC de cualquier manual económico keynesiano, pero el consumismo fomenta el individualismo y tarde o temprano nos pasa factura. El que se compró un televisor nuevo ahora exige otro, el que consiguió tener por primera vez un auto usado ahora quiere un 0, el que se fue de vacaciones a Pinamar ahora sueña con Miami… todos deseos asequibles, pero que deben ponerse en contexto. Lo primero debe ser atender las necesidades de los más postergados y generar las condiciones para el históricamente truncado “desarrollo”. Si el discurso desde el poder gubernamental no es lo suficientemente claro en esto como para que todos lo comprendan, es imposible continuar en la senda de la justicia social.
Sea como fuere, la autocrítica deberá preceder a la resistencia y la resistencia a los tiempos más venturosos. No es momento de bajar los brazos, todo lo contrario, bienvenidos a la militancia sean todos aquellos que el domingo pasado se lamentaron y putearon por el gobierno oligárquico-liberal que se nos avecina. Pero no olvidemos lo que decía aquel hombre que nos marcó el camino: “las elecciones se ganan y se pierden, lo que no se ganan ni se pierden son la ideas”.