miércoles, 10 de febrero de 2016

La educación sentimental

Una vez- de muchas veces- fue a Catonas con el padre y compraron un cd de una gran banda, un cd trucho a un hombre que vendía cd’s truchos, grabados en cd’s vírgenes marca TDK con las tapas y contratapas fotocopiadas. “con esto le ayudo a mi hijo a pagarse la carrera de medicina” les contó. Nuevo año: 8vo grado, época del pésimo EGB. Primera vez que cursa a la mañana. El pibito tiene 12 años. El pibito todas las mañanas, a eso de las 6, cuando se levanta, mientras toma un mate cocido o una chocolatada, antes de ir a escuchar a la profesora, escucha ese disco. Lo sonidos fascinantes, las letras raras, ininteligibles algunas, y esas bombas que se escuchan al inicio, lo estremecen. Una sensación de extrañamiento: qué es eso que esta diciendo, qué me esta diciendo, qué esta contando, se autopregunta el pibito mientras se abriga antes de salir. Cuando llueve los sonidos soviéticos del disco se entremezclan superlativamente con el ruido chispeante de la lluvia que cae sobre el techo de chapa de la casa: todavía viven en la prefabricada, corre el año 1999, unos años más tarde, durante la época de la reactivación, esa casa será mejorada y ampliada con sólido material. Durante ese año, el ’99, todos los días, antes de ir a la escuela, escucha esas canciones que- un tiempo más adelante lo sabrá- tienen que ver con una experiencia histórica mundial; pero que, en ese momento, en lugar de revolución, el pibito, con ese disco de larga duración sonando en el Aiwa, de punta a punta, imagina la inminencia de una suerte de Apocalipsis, de destrucción total; aunque una destrucción virtuosa, y no solo virtuosa, sino excitante. Son las primeras impresiones vívidas de una combinación que persistirá a lo largo de su juventud: música y crítica social. Las letras- que descubrirá, cuando sea más grande, cuando haya leído y estudiado a los poetas franceses del siglo XIX como letras con un alto contenido de simbolismo- por ahora son solo metáforas inéditas que inoculan en su cabeza una serie de pensamientos rojos, negros e inconexos pero de una fuerza que lo transporta lejos a un universo paralelo donde se agita algo fabuloso que contrasta con la inmovilidad pavorosa de la sociedad neoliberalizaa en la que vive; a tal punto que repite y repite la reproducción de algunos temas a riesgo de entrar tarde al aula. “De regreso a Octubre”, dice una voz en el primer verso del disco, esa voz que parece venir desde el fondo de la historia misma. En ese instante- un instante dónde ignora por completo lo que es un disco conceptual, donde ignora que hay obras con ideas-fuerza que articulan el contenido y la forma y que solo lo sabrá cuando sea más grande- un instante, al fin, donde siente una suerte de regodeo ya que el Sabio Pelado nombra ese mes, el mes en el que el pibito festeja su cumpleaños. Escucha todas las mañanas, sin excepción, el disco que a la postre lo educará mejor que la educación formal recibida en los establecimientos formales; y sin embargo, gradualmente, conforme vayan pasando los años dejará de escuchar ese disco, escuchará otras músicas, salvo ocasionalmente cuando lo estén escuchando otros en un bar, en una fiesta, en una reunión entre amigos… Pervivirá, de todas formas, esa sensación que cuidará con sumo recelo: a los 20 y pico, mientras ve cómo sus contemporáneos asisten en masa a las llamadas misas paganas, él, en secreto, ahora un joven militante, se jurará, se prometerá a si mismo, jamás asistir a un recital de la banda, ni del líder, por dos razones: el cultivo de una forma de ser iconoclasta y sobretodo por querer conservar para siempre esa primera escucha trasformadora, única, irrepetible. Que nada se le parezca, que ninguna experiencia, ninguna fiesta, por más popular y sagrada que sea, se yuxtaponga a esa primera escucha radical. De pibito, desde los doce años, cuidará que nunca se extinga el fuego. El fuego de Oktubre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario