Por un lado tenemos un taxista que lleva explosivos
en el baúl del auto; poderosos explosivos que, como dice este personaje
interpretado por Jorge Marrale, pueden volar un edificio entero. Y por el otro, tenemos un chico de 19 años de un pueblo de Santa Fe, que gana un concurso de
historietas y es publicado por una editorial que lo invita a presentar su obra
en la feria del libro. Entre ambos se juega eso que Albert Camus decía: la
única pregunta verdaderamente filosófica es aquella que se formula alguien
cuando tiene planes de acabar con su vida. ¿Me mato o no me mato? Una vez más
un director de cine nos quiere hacer pensar en el sentido de la existencia.
El director de Bomba es el escritor y guionista argentino Sergio Bizzio, autor
del que leí una sola novela llamada Rabia, un buen texto que, en ultima
instancia, no apruebo porque construye personajes de la clase trabajadora
de un modo repleto de lugares comunes pero que recomiendo porque, por lo demás, es
un libro que tranquilamente puede gustarle a cualquiera.
Walter (Alan Daicz) es talentoso: dibuja y
escribe muy bien. Sin embargo, como buen habitante de este mundo, no es completamente feliz; a los quince años debe soportar una suerte de
condena social a causa de una acusación falsa por la cual todo el pueblito lisa
y llanamente quiere lincharlo. Excepto la madre y su novia que le creen
sinceramente. A raíz de esto, Walter, que es caracterizado excesivamente como
un pibe bueno y con gran determinación, para no continuar perjudicando a su novia, al
exponerla ante todo el pueblo, decide dejarla. Luego se muda, transcurren
cuatro años y cuando menos lo imagina, ya en Buenos Aires, Walter se descubre
exitoso pero también sentado en el interior de un coche bomba, conversando con un
taxista desesperado. Los diálogos por momentos son inverosímiles, aunque este
aspecto lo podemos pasar por alto por las buenas actuaciones de ambos.
¿Venganza es lo que busca el taxista? ¿Redención?
No lo sabemos. La película transcurre la mayor parte del tiempo dentro del
auto, con secuencias muy bien logradas al recorrer la ciudad, desde microcentro
hacia, presumo, Flores o Caballito. El taxista en realidad es ingeniero, casado
dos veces con la misma mujer (Romina Gaetani). Después de ser despedido de la
empresa japonesa donde trabajaba, de la segunda separación, del total
abandono de su profesión y de algunas cosas más que no voy a contar acá, la
vida del taxista se convierte en lo que advertía F. S. Fitzgerald: un proceso
de demolición. El personaje de Marrale al entrar en confianza con el chico, le cuenta
su pasado reciente: todo le salió mal, muy mal y el director parece querer
decirnos: entiendan por qué este pobre sujeto lleva explosivos en su taxi.
Un film del montón que, después de todo, no
resulta una pérdida de tiempo verlo ya que el pulso narrativo de Bizzio es sólido, con cierto suspenso interesante, dado que mantiene al espectador
atento para descubrir los verdaderos motivos de las acciones del taxista y
especialmente para saber qué decidirá hacer al final. Una película que
entretiene, una película para ver en vacaciones, justo el día que se largó a
llover fuerte. No es ironía: es válido que el cine nacional sea capaz de hacer
este tipo de trabajos, teniendo en cuenta que el denominado nuevo cine
argentino nos tiene acostumbrados a la lentitud y la parsimonia. Deben
coexistir ambos estilos en una industria que poco a poco continua creciendo.
Por otra parte, vale decir que Lucía Puenzo es
la productora y que la película se realizó además con apoyo del Incaa, como las
mayorías del cine argentino, (incluidos los bofes de Suar). Cuenta con la
participación especialísima de un escritor cuya foto en la parte inferior
derecha de la tapa del dvd me dio mucha curiosidad y me empujó a comprarla sin
ninguna recomendación previa. Descúbranlo ustedes mismos.
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