martes, 5 de agosto de 2014

La viuda de Klose



Klose trabajaba con editores que ganaban 
menos aguinaldos que él
y que el último orejón de la fábrica
de rodamientos de Miroslav, su primo.
A Klose no le importaba, nunca le importó
todo lo demás;
era calvo y redactaba correctas
columnas sobre formidables corruptos.

De la última serie de panfletos
-los manuscritos ergonómicos y filantrópicos-
la viuda de Klose
salvaguarda con desvelo y recelo
el preferido pendrive
cuyo celebre archivo es un texto titulado:
Carta a los honorables concejos deliberantes.

Nada lo separa del instante
en que redactó por ultima vez cada palabra,
como si el teclado de la computadora
estuviera saborizado
como si los dedos sudaran las comas,
menudo laburo
hizo Klose sin caer en regodeos:
la sutileza del desvergonzado que se
sabe de antemano cabezón y payaso.

La viuda de Klose se alista para ir a bailar a un resto bar
aunque le sobran los motivos para verse insultada
por las danzarinas,
tal vez ella
solloce,
tal vez ella
noquee
a su compañera profesora
de lengua
si le hace acordar,
cuando le traiga el trago,
que mientras alguien izaba la bandera
de la Provincia de Buenos Aires
a Klose le vaciaron un cartucho
en la sabiola
creyendo que era
un bloguero independiente.

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